En un clima
mental de gran excitación leí, fascinado, la terrible historia de Adso de Melk,
y tanto me atrapó que casi de un tirón la traduje en varios cuadernos de gran
formato procedentes de la Papeterie Joseph Gibert, aquellos en los que tan
agradable es escribir con una pluma blanda. Mientras tanto llegamos a las
cercanías de Melk, donde, a pico sobre un recodo del río, aún se yergue el
bellísimo Stift, varias veces restaurado a lo largo de los siglos. Como el lector
habrá imaginado, en la biblioteca del monasterio no encontré huella alguna del
manuscrito de Adso.