Miles de
familias norteamericanas, expulsadas de sus tierras por la voracidad de los
bancos, emigran de Oklahoma y Texas hacia California, la tierra prometida donde
esperan encontrar trabajo como jornaleros recogiendo uvas y melocotones. Viajan
en coches destartalados que pierden las piezas por el camino, duermen hacinados
en campamentos provisionales, sobre colchones sucios, y sobreviven con un par
de dólares arrugados en los bolsillos. Dejan atrás, abandonadas y malvendidas,
todas sus pertenencias para empezar desde cero en un lugar donde sueñan con una
vida mejor. En este escenario, triste y desolador, se desarrolla Las uvas de la ira, la gran
obra por antonomasia de John Steinbeck, ganadora del premio Pulitzer en el año
1940.
Steinbeck
narra la historia de un sueño, un sueño compartido por muchos campesinos
norteamericanos que sufrieron la devastadora bofetada de la Gran Depresión que
padeció el país a comienzos de los años treinta. Además de la crisis económica,
una serie de catástrofes, como el desafortunado periodo de sequías que
afectaron al medio oeste de los Estados Unidos y los malos resultados de las
cosechas posteriores, obligaron a los campesinos a hipotecar las tierras que
habían heredado de sus antepasados. Al no poder afrontar los pagos de las
hipotecas, toda esta gente, se ve desahuciada por el banco de sus propias
casas. Lamentablemente, en esta situación, los más perjudicados fueron los
pobres. Así comienza el éxodo de miles de campesinos y sus familias hacia California,
así, como almas en pena, invaden las carreteras formando largas caravanas,
azuzados por un sueño que se tornará pesadilla.
Los
propietarios de los campos frutales de California vieron un negocio rentable en
esta situación trágica y se beneficiaron de la desgracia ajena. Enviaron, como
reclamo, panfletos publicitarios en los que afirmaban tener trabajo para miles
de personas en el oeste. Con la sobreabundancia de mano de obra se aseguraban
poder pagar un salario cada vez más bajo a personas sin techo fijo,
hambrientas, desesperadas, personas que tenían a su cargo una familia, muchas
veces con mujeres embarazadas y ancianos moribundos.
A lo largo de
la novela podemos ver a un Steinbeck preocupado por la sociedad de su época,
comprometido, posicionado, un Steinbeck que quiere mostrar la historia de los
más desfavorecidos y hacer un retrato de estas familias obreras, que son
tratadas como sucias e ignorantes. Actuar de ese modo, le supuso que le
adjudicaran inmerecidamente el adjetivo de comunista y revolucionario, e
incluso en algunos sitios llegaron al extremo de prohibir la novela. Pero sin
duda, Steinbeck forma parte de ese grupo reducido de autores célebres que han
sabido reflejar los problemas de su sociedad. Lo hace, deliciosamente, con un
estilo directo, muy fácil de leer pero al mismo tiempo sin prescindir de esos
detalles necesarios para entender los sucesos históricos de un país. Steinbeck
da cuerpo y nombre a una de estas familias. Y relata el éxodo de los Joad, así
es como se apellidan los protagonistas, a lo largo de la ruta 66 hasta su
destino, California. Pero los Joads no viajan solos, les acompaña el hambre, la
miseria, la muerte, el trato vejatorio y la humillación. En este viaje épico y
esperanzador, también compartirán camino con otros peregrinos como ellos, en
tierras extrañas, para hacerse compañía por las noches a la luz de las hogueras
en los campamentos temporales.
Son en esos
momentos, al dejar los coches aparcados en las cunetas y descansar durante unas
horas, cuando más necesitan de la unión familiar y la solidaridad de sus
compañeros para sacar fuerzas al día siguiente para abrir de nuevo los ojos,
desmontar las tiendas y volver a la carretera. Todos tienen el mismo destino y
por ello no se sienten solos. Al llegar a California son recibidos con odio,
puertas cerradas y menosprecio. Descubren que han sido esclavos de su propio
sueño y el sueño se convierte en una trampa, una trampa para conejos.
Las uvas de la
ira se trata de
una novela perfectamente construida con una gran carga emocional. Igual que
ocurre con otras novelas del autor, como De
ratones y hombres o La perla, logra reflejar la
crudeza del campo, siempre rodeada de violencia y penurias. Muchas de los
capítulos llegan a provocarle a uno desazón, otras veces asombro y respeto por
el coraje de los personajes en situaciones límites donde la vida de los seres
más queridos corre peligro.
En definitiva,
es una recomendación obligada, no sólo porque está maravillosamente narrada,
por la fuerza e intensidad de los personajes o por su carácter histórico, sino
también porque es una novela que vive eternamente, y hoy, nefasta época
económica, se puede defender con más razón la vigencia de su historia. Pero, lo
verdaderamente importante de ésta, es que, una vez leída, nos hace reflexionar
seriamente sobre lo que ha sido leído.